Por: José Hernández (Hollow Kid)
CINETECA Y CINECLUBES
Hubo un elemento con el que no contaban, ni Gobernación ni las Distribuidoras ni quien estuviera encargado de fildear películas (sobre todo extranjeras) incómodas para la moral y las buenas costumbres, dentro de las cuales estaban las películas asociadas con el rock y sus géneros relativos; éste fue el circuito de salas alternativas a la cartelera comercial que se estableció entre la Cineteca y los cineclubes independientes, el cual mantuvo a varios nichos muy atendidos; entre ellos, por supuesto, el que nos interesa.
Quizá sea un exceso… quizá no, decir que la Cineteca Nacional (la de Churubusco y Tlalpan, por supuesto, en donde ahora se erige el CENART) y los cine clubes de la Ciudad de México (entonces Distrito Federal, D.F.) eran a los cinéfilos lo que los hoyos fonquis a los roqueros. Sin embargo, fue en esos lugares en donde los amantes del cine no comercial encontraron un refugio (o un santuario) en donde ver cine alternativo, cine de culto o, el mal llamado, cine de arte. Los cine clubes eran una especie de salas que quedaban aisladas o que repelían al gran público por programar películas “aburridas”, “mariguanadas” o, en palabras de Homero Simpson, “cine de suecos locos”.
Los había de varios tipos…
Los que eran propiamente cines:

Cine Lido, después se llamó Bella Época.
La Cineteca Nacional, que en su primera cede contaba sólo con tres salas, de las que resaltaban la grande, Fernando de Fuentes; y la mediana, el Salón Rojo; las de COTSA, el Bella Época (ahora Librería Rosario Castellanos), el Elektra (hoy Cinemex Reforma Casa de Arte), y los Pecime (hoy… simples edificios departamentales).
Los del circuito universitario en Ciudad Universitaria (CU):
El Centro Cultural Universitario (CCU), el auditorio “Che Guevara” o el Teatro Carlos Lazo; en el IPN el Auditorio Alejo Peralta; “el Queso, o las salas de Zacatenco (la mayoría de todos estos aún continúan).

Cineteca Nacional
Los independientes:
El Centro Universitario Cultural (CUC) (en Odontología 35, a un lado de CU) y las, entonces, salas de la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM): la Plaza de los Compositores, con sólo cuatro salas en ese entonces (y que después de la famosa huelga de trabajadores de Cines y Teatros del DF, a finales de 1984, se convertiría en la nueva sede de la Cineteca Nacional).
Las salas en museos y casas de cultura:
Las filmotecas de la UNAM, como el cinematógrafo del Chopo (en el Museo) o la Sala Fósforo en el Antiguo Colegio de San Idelfonso, la Casa del Lago y el Museo de Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) (ir a una función a estas salas era casi un acto heroico, por la distancia desde alguna parada de transporte público, desde el estacionamiento, barrios bravos, horarios nocturnos, etc., y sin embargo, la gente llegaba).
Los minúsculos foros de librerías:

TeleGuía para el público promedio, Tiempo Libre para los cinéfilos.
El Ágora o la primera Gandhi (que proyectaba cintas de 8 y 16 mm en una pantalla tipo salón escolar) por mencionar algunos.
Y bueno, un detalle curioso; si para el televidente el Tele Guía era la biblia en aquella época, para el público alternativo, en este caso los cinéfilos, la Revista Tiempo Libre fue como Prometeo para los mortales, pues contenía la programación del 99 por ciento del cine, teatro, danza, exposiciones, etc., independientes de la Ciudad de México y zona conurbada. Nelson Carro se aventó la titánica tarea de reseñar, cada semana, toooodas las películas que aparecían en las páginas de la revista, las cuales conformaban la cartelera cinematográfica de Cineteca y cine clubes de aquellos años.
ADIÓS LENNON
Muy a la Tom Wolfe, se puede decir que la década de los años ochenta para las pelis de rock y para el génesis del segundo panteón del mismo comenzó el 9 de diciembre de 1980, tras el asesinato de John Lennon (8/12/1980).
De alguna manera, eso marcó el cambio de estafeta generacional que comenzó a darse a finales de los setenta, que también tocaría al rock y a todos sus productos al rededor. No obstante, el cierre sería largo, bastante largo, debido a los homenajes que por todos lados se vieron hacia el otrora beatle.
Las salas cinematográficas no fueron la excepción. COTSA reestreno A Hard Day’s Night (Lester, 1964) titulada en varios lugares de Latinoamérica (incluido México): Yea! Yea! Yea! [sic] y alguna que otra película rara como Beatlemania (Manduke, 1981) en su circuito de cineclubes. Pero quizá quien se llevó el foco de atención fue la Plaza de los Compositores (PDC). Quizá fue el mejor de los cineclubes de aquellos días, no sólo por sus instalaciones: cuatro salas con sonido estéreo, proyectores de última generación, pantalla inmensa, buena dulcería, buen estacionamiento y buena ubicación; sino por su curaduría.
Aprovechando que COTSA sólo estrenó esas películas, PDC se apresuró y armó un ciclo homenaje a Lennon, en el que se pudo ver Help! (Lester, 1965), Let It Be (Lindsay-Hogg, 1970), Yellow Submarine (Dunning, 1968) y una que otra película que directa o indirectamente mencionaba a The Beatles, como la genial I Wanna Hold Your Hand (Zemeckis ,1978), que trata de cuatro chicas (cada personaje análogo a un beatle) que, por diversas razones, quieren ir a la primera presentación del cuarteto en The Ed Sullivan Show. Aunque, como se mencionó, la muerte de Lennon marca el cierre de una generación que gusta del rock y el nacimiento de otra; por supuesto para nadie es secreto que llevó al martirio la imagen del beatle caído. Todos los pecaditos del santo fueron pasados por alto, al mismo tiempo que el vilipendio a McCartney creció desmedidamente.
Tal vez esa sea una de las razones por las cuales Give My Regards to Broad Street (Webb, 1984) pasó sin pena ni gloria por el imaginario citadino (pues la película nunca tuvo un estreno comercial ni independiente) frente a otras producciones como, por ejemplo, las cintas producidas por George Harrison, Life of Brian (Jones, 1979) o Time Bandits (Gilliam, 1981), en donde el nombre del beatle fungía como gancho para un público no familiarizado con los Phytons, por ejemplo; o el caso contundente de Caveman (Gottlieb, 1982), que fue el primer campanazo de un beatle en los años ochenta, tanto en el imaginario rockero como en el infantil y familiar de la ciudad, no sólo por el gancho que tuvo la película en si, el hecho de haber sido filmada en México (y de poder ver caras de actores nacionales) le dio un sentido de pertenencia bárbaro.
Las aventuras de Atouk, interpretada por Ringo Starr, y sus amigos fueron todo un éxito comercial en la década en la que las ventanas a la modernidad comenzaban a hacerse panorámicas. Uno de los momentos cumbres que quedó incrustado en la educación sentimental del público cinematográfico de aquella época fue la creación de la música. Si Ringo incluyera “Na na na naaaaa na” cada que viene a México con su All Star Band, seguro volcaría el venue de una manera positiva, muy sui generis.
Pasaron los años y el contexto social y cultural frente al rock cambió mucho en sólo seis años; no obstante, la figura de Lennon (como la de otros clásicos) seguía muy arraigada en México. Cuando comenzó a proyectarse el avance del documental Imagine: John Lennon (Solt, 1988), la respuesta fue similar a la que ahora tiene Bohemian Rapsody (Singer, 2018). Era muy común ver gente llorando, gente cantando, aplaudiendo, gritando: “¡Lennon, te amo!”, etc., pero México aún era otro. Aunque la llegada de la videocasetera, los videoclips, el Rock en tu idioma, los primeros discos de las disqueras Ariola y CBS de grupos mexicanos y el Tratado de libre Comercio de América del Norte (TLCAN) nos acercaban a una modernidad que por años se había mantenido lejana, la transición apenas comenzaba.
El mismo año del estreno de Imagine, casi un mes después, hubo un (digamos “tímido”) concierto de Santana en el estadio Nou Camp en León, Guanajuato, el cual abrió Kenny y los Eléctricos y Ritmo Peligroso; y en el que no hubo saldo rojo. Por supuesto, a partir del minuto 13, Carlos Santana comenzó a dar un mensaje al micrófono que se iba a convertir en el leit motif del concierto; a veces parando canciones, encabronado y desesperado: “La única manera que puedan pasar estos conciertos de esta manera, depende de ustedes. Cómo ustedes se comporten. Nosotros ya hablamos con las autoridades y todos estamos en armonía” o “Todos somos hermanos y hermanas, hay que demostrar respeto a cada uno. ¡NO TIREN PIEDRAS, POR FAVOR! Eso no es cosa de México, eso es de otra parte”. Aún así, no habría otro concierto de una figura main stream (ya más dad rock que rock) del mundo anglosajón hasta un año después.
Aunque para ese entonces el cine ya nos había llevado al futuro con el punk, post punk, New Wave, entre otros géneros… fuera de la pantalla, los dinosaurios se negaban a desaparecer. Visto de otra manera, aún no teníamos a los héroes que queríamos, sino a los que necesitábamos para ir de un lado a otro.