Por: José M. Viniegra
No es que exista tal cosa: La culpabilidad. Esto sería como decir, de alguna manera, que uno puede determinar que otro debe sentir la carga culposa, cuando en realidad estamos buscando castigo y no más.
No obstante, nuestra sociedad goza (y siempre lo hizo) del privilegio del juicio castigador; algo muy primitivo. Juicios en los que se determina, mediante el peritaje del juez y el proceso penal, que existe un culpable. Por lo regular, se pretende que una de ambas partes involucradas en un proceso legal resulte vencedora y la otra derrotada.
Lo anterior es, a mi gusto, el mismo mecanismo mental o social que detona las guerras. No hablo de las “naturales” causas de ésta o aquella guerra; hablo del mecanismo mental o sociológico y bien arraigado (más en unas personas que en otras) de crear guerra. Dicho de otro modo: de crear dos bandos. Siempre dos. Siempre, siempre, dos.
¿Por qué? Bueno. Asumo que hay una idea constante y bipolar incrustada en lo más profundo del ser humano. Con bipolar no me refiero a un asunto técnico. Atiendo, más bien, a su raíz: Bi (dos) y polar (polos o partes). Y esta idea bipolar parece estar de acuerdo, básicamente, con los juegos en sí, ya que los juegos tienen por lo regular la misma forma: dos equipos, dos bandos, dos contrincantes.
Y da la “casualidad” de que buscamos, a modo de entretenimiento, que una de dos partes gane en toda disputa. ¿No? ¡Pues, vaya! Tal parece que a veces las guerras y los juicios semejan a un juego en su comportamiento. Cada quien agarra a su favorito y lo apoya (incluso sin argumentos o sin uso de razón real; a veces caprichosa o estúpidamente –favoritismo puro-).
Y casi siempre, si no es que siempre, uno de ellos resulta ganador. ¡Eh!, ¡Bravo!, ¡Ganamos! Menudo juego.
Sin embargo, si analizamos a fondo: siempre, en todo “accidente” o mal social, existen, cuando hay dos partes involucradas, dos culpables. Ambos, en mayor o menor medida, son culpables de la situación indeseable que se presentó.
Ejemplos de esto hay muchos, pero prefiero escoger algo sencillo y evitar aburridas controversias o polémicas. Un ejemplo de la corresponsabilidad es: “Salgo a la calle, a las 2 de la madrugada, con mis mejores galas y joyas, y me asaltan”.
Bueno; a esto existen dos posturas (¿No es cierto?): A) El culpable es el asaltante, porque es un delincuente. B) La ocasión hace al delincuente; te robaron por estúpido (ver y hacer como que no se ve). Como dije antes, las personas, en general, suelen ser partidarios, como en los juegos. Que gane la opción A) o la opción B), nada tiene que ver con la realidad: Ambos, asaltante y asaltado, tuvieron su parte de culpa. Decir hacia dónde va todo esto, es lo más fácil de decir, para mí:
Los juicios, en el cualquier orden social, fuera el caso de la Suprema Corte de Justicia o el de el castigo de mamá, en casa, deberían atender a esa premisa: Ambos son culpables. En el ejemplo de la Corte: “Usted, paga por su crimen de Asalto a Mano Armada. Y usted –quien, gracias a la providencia divina, no pagó con su vida- paga una multa por negligencia sobre su propia seguridad”; al menos, así, la pensará dos veces antes de arriesgarse, porque, después de todo: todos somos “culpables”, o sea: en un problema donde hay dos partes involucradas, siempre las dos partes, en mayor o menor medida, somos culpables. Cada uno, que pague lo justo. La responsabilidad de evitar los “accidentes” es de todos, porque, como dije en el artículo anterior: “Los Accidentes no Existen”.