Por: Aldo Spazzino
Empezaré esta monserga con un dato curioso como los que se leen en revistas de supermercado: escuché hace poco que las mariposas Monarca, cuando viajan de Canadá a México, van muriendo y son sus descendientes los que llegan cada año al mismo lugar para luego hacer el mismo viaje en sentido contrario.
Lo notorio es que los insectos que salen de Michoacán, nunca antes estuvieron en Canadá, y sin embargo vuelven siempre al mismo lugar, y así año tras año. Hace pensar que los padres les transmiten algún tipo de comunicación, o que el dios de las mariposas les ha insertado un microchip para divertimento de tal deidad. Puede que lo mismo pase con el ser humano.
Esta última bestia mencionada, puede ser comparada con aquellos hermosos insectos de alguna manera. En la genética y, más aun, en la cultura, se transmite (para divertimento de los dioses y para horror mío), un chip similar que transmite la estupidez y la cobardía. Como ejemplo está el mal uso que se le da a las armas de fuego y otras más metafísicas y sofisticadas como la publicidad o la fortuna económica, que derivan siempre en competencia de bestias contra bestias.
Hoy mi padre me llamó por teléfono y me informó que mi madre se iba de viaje a ciudad Valles, su tierra, en el norte del país, y que después de llevarla a la terminal intentaría localizar a un amigo suyo, uno de con los que solía reunirse cada año para recordar su paso por la secundaria allá por la década de los 60. El motivo era que uno de ellos había muerto. Esto me hizo pensar en lo cerca que están los viejos de la muerte así como en sus motivos para opinar sobre el fracaso de mundo que nos dejaron. ¿Qué sentirá mi padre cada vez que tiene que ir a firmar a su trabajo para comprobar que no ha muerto y que merece una pensión por ello? Los más viejos (no hablo precisamente de edad, sino de la poca iluminación que les queda a algunos seres humanos), son quienes más fervientemente apoyan el boicot a empresas estadounidenses pensando que con eso se arreglará algo. Incluso a algunos se les ve en marchas y protestas. Uno de los amigos de la generación de mi padre era constantemente criticado por sus modernos compañeros por la cantidad de hijos que procreaba. Siendo mi padre y la mayoría de sus amigos citadinos hermanos de siete, ocho, nueve o hasta más de diez vástagos más, se sentía con la calidad moral de criticar a aquel ser chaparro y narizón por repetir la tendencia de los viejos de entonces. “Cabrón, vives en un cuartito de cuatro por cuatro con tus ocho hijos y ya embarazaste a tu señora otra vez, ¿pues cómo le haces con tanto chamaco en frente?”, preguntaba mi padre a su amigo, “pues por la noche en el baño” respondía el otro, flaco y consumido.
La economía actual, me atrevo a decir, ya poco tiene qué ver con el consumo. El consumo da vida, crea competencia, hace que uno quiera, incluso, encontrar la inmortalidad a través de sus hijos y sus fortunas. Todos hablan con terror de la guerra contra el crimen organizado, de los justicieros anónimos en autobuses, y últimamente, hasta de una posible guerra mundial gracias al nuevo presidente de Estados Unidos. ¿Por qué no mejor economizan en carne? ¿Qué genes les hacen querer seguir reproduciéndose y compitiendo a ver quién lleva a su hijo a la mejor universidad, o cuál tiene el mejor coche? ¿Creen que si sus maripositas acumulan dinero o conocimientos, lograrán arreglar este mundo absurdo? ¡Pero sí se mueren de miedo al ver al chistoso de Donald Trump por televisión! ¡Creen que si “boicotean” a Estados Unidos no comprando sus productos (que no pasa de compartir imágenes virales que sugieren tal “boicot”), durante un mes, el mundo será un lugar mejor!
Y dentro de las aulas, sus maripositas que ahora se preparan para entrar al mercado laboral, reivindicarán cualquier lucha, se unirán al movimiento en el que se acomoden. Javier Marías, en el semanario de El País, nos habla de estos pequeños seres monstruosos que tampoco saben por qué vienen y van. Alumnos de tal universidad (no recuerdo cual, no tengo la revista a la mano), exigían que dejara de estudiarse a Platón en las aulas por, en pocas palabras, aportar ideas represivas. Se pregunta Javier Marías qué pasará cuando le hagan caso a cada una de esas minorías oprimidas y segregadas; a esas mariposas devoradas por la lengua de los lagartos; a esas personas que les ofende que alguien no esté de acuerdo con el aborto, con los kindergardens para niños “transexuales”, o con dejar de leer a Platón. Lo que ocurrirá será una guerra de guerrillas, minorías fascistas se rasguñarán entre ellas mientras políticos y empresarios se reparten cínica y amoralmente el delicioso pastel.
Entre los ricos que se hacen más ricos, y los oprimidos que se hacen más fundamentalistas estoy yo. Yo y mi amigo Bruno, pintor de talento limitado y administrador de una tienda de hamburguesas que una vez, mientras comíamos papas fritas con mostaza, me contó su terrible pero no tan descabellado plan. “Cuando me suicide”, contaba mi frustrado y joven amigo mientras yo masticaba una adictiva mezcla de toro, salsa de tomate y harina refinada, “antes de hacerlo voy a secuestrar a un político. A cualquier pez gordo que también se dedique a los negocios. Lo voy a secuestrar y lo voy a acribillar frente a una cámara; le diré a la gente que haga lo mismo y luego me voy a dar yo un tiro… cuando lo haga, por favor difunde el video…” me pedía trastornado, no sé si por el efecto de las hamburguesas y la marihuana que siempre fumaba, o porque su mente era un manojo de nervios de por sí. Supongo que fue lo segundo, pues ahora se encuentra tristemente casado pero manso, y tiene un par de hijos a los cuales paga la colegiatura en un jardín de niños donde les enseñan artes e inglés.
Sin embargo, esta cuestión del asesinato simbólico a mí me pareció algo tan gracioso como digno de consideración. Las cuestiones morales son muy cuestionables hoy en día. Hacen falta justicieros anónimos. Asesinos como Hit – Girl (“Kick Ass”, Marvel films, 2010), o como Frank Darbo (“Super”, This is That films, 2010), quien disfrazado como The Crimson Bolt, después de ser tocado por el dedo de Dios, decide combatir el crimen rompiendo los dientes de todo ser inmoral que se cruce en su camino. Al final, antes de asesinar a puñaladas al villano, mafioso con historial delictivo, The Crimson Bolt le dice: “no debes vender drogas, no debes meterte en las filas, no debes abusar de los más débiles. Las reglas se establecieron hace mucho tiempo”, a lo que el villano responde, “¿y crees que matándome vas a terminar con el mal?”, “no lo sé pero lo voy a averiguar” pontifica el superhéroe anónimo: una barra de metal en los cojones y varias puñaladas en el pecho terminan con Jacques… Algo así es el diálogo de este personaje contradictorio y asesino al que varios aprendimos a admirar por la profundidad del mensaje de su ética.
Pero la realidad no es tan divertida. Preferimos competir con el orangután que tenemos al lado a ver quién escala más alto en la jaula de la perversidad inhalando una paz ficticia y venenosa. Venenosa como el aire que respiran los mineros en Zambia mientras enriquecen a ciudadanos de primer mundo como suecos y demás (“Stealing Africa: Why Poverty”, BBC Storyville film, 2012). Ya no se compite respecto a la cantidad de hijos que se tienen, sino de lo que puedas pagarles. Vemos a las mariposillas crecer mientras morimos, para divertimento de los dioses financieros.
Pero la sociedad que padres e hijos han creado, ha cobrado vida propia y nosotros somos sus células (y sus bacterias). Ésta va creciendo a su ritmo y a su modo, convirtiéndose en una bestia mayor, en cuya cabeza están los hombres más poderosos del planeta, acumulando más poder, inalcanzables pero responsables, también. Responsables de arrastrar un cuerpo relleno de órganos que se devoran entre sí; obligados a mantenerse en la cima por una mano misteriosa; por el dedo del Demonio, diría The Crimson Bolt. ¿A quién acribillar entonces, Bruno? En “Murieron encima de sus posibilidades” (Panda de Morosos films, 2014), una panda de locos secuestran al director del Banco Mundial mientras mutilan a peces menos gordos; les retan a sobrevivir mutilándose a sí mismos más del 50 por ciento de su cuerpo, siendo esta una metáfora, creo, de los recortes presupuestales y la crisis española. La conclusión a la que llegan: “la culpa es nuestra… por ser españoles”.
No entiendo de finanzas y no logro desvelar ese poderoso galimatías ocultista, pero algo de moral sí me queda: metafísica tan inservible como las palabras de aquellos grandes escritores griegos que hoy se pretenden sepultar. Sin embargo, es sencillo el practicarla; se toma una guitarra, una pluma fuente o un pincel bien afilado y ¡zaz! Se le raja el cerebro a cualquier descerebrado como cualquier superhéroe a su amoral enemigo, que no es Donald Trump o el director del Banco Mundial, sino el resto del mundo. La sociedad avanzará y uno sentirá saciado su hambre moral. La culpa es nuestra, por ser mariposas.