Por: Eli “La Panterita” Herrera
Nervios miles, todo está listo, creo. Pasaporte, maletas, vestuarios, identificaciones, dinero (mmm hay que cambiarlo), debemos llegar mínimo tres horas antes al aeropuerto. Despedidas, besos, abrazos chistes para bajar la ansiedad. Despegamos todo bien, horas y horas, a 40 mil pies de altura y menos cincuenta grados centígrados, estamos en Alaska falta la mitad del vuelo, plática creativa y a dormir.
Pues si mis queridos amigos de El Alebrije, esta es la primera columna de la serie JP (el viaje a Japón), estas líneas las escribo desde «La Tierra del Sol Naciente», con mucho frío pero feliz de esta maravillosa aventura.
Pensar en Japón siempre me resultó lejano e imposible. Un buen día mi amigo Daniel Drack (director de la Orden del Cister A.C.), me invita a presentarme con Danza Regional Mexicana y con una obra de Teatro en el Festival “Día de Muertos en Japón”, al cual él ya había asistido el año pasado junto con otros miembros de la Orden, con la Exposición “Catrinas”. Recuerdo que los primeros minutos después de la propuesta fueron de rara incertidumbre, después con el ánimo aventurero y la seguridad que me caracterizan, dije si voy.
Pues que decirles de los meses de preparación, estudio y creación; la madrugada del 22 de octubre pasado partimos hacia este hermoso país de mis sueños más lejanos. Al llegar, el impacto cultural fue abrumador, hay que caminar por la izquierda para no chocar con la gente, todos son muy educados y andan en lo suyo, si te llegan a pegar por la prisa el respeto es tanto que no es necesario disculparse porque todos saben que fue sin querer, aquí nadie pelea, está prohibido, y si alguien te hace algo y tu pegas al que arrestan es a ti, osea hay que dar aviso a la policía y ellos hacen su trabajo, es fácil identificar a la gente y en dónde están ya que hay cámaras en todos lados.
Y transcurren los primeros días en los que además está el malestar de adaptarse al horario, un mareo terrible por querer dormir durante el día y no poder dormir por las noches (esta es queja de primeriza en países con horario diferente).
Todo, absolutamente todo es automático, las puertas se abren con sensores, todo tiene botones y si funcionan, pantallas en los trenes y el metro de la ciudad de Tokio, pero lo que más me impactó es que no se puede hacer ruido, ni reírse ni platicar fuerte, las personas no socializan en el transporte o en las calles, sin embargo la publicidad es abrumadoramente exagerada, todo tiene anuncios, tanto gráficos impresos como anuncios iluminados, pantallas gigantes con videos musicales y publicitarios, a donde quiera que uno voltea hay letrero sobre letrero, entonces me asaltó la pregunta ¿por qué tanto ruido en la imagen y tanto silencio en las relaciones interpersonales?
Bien, pues hasta aquí esta primera parte de la serie JP, en las próximas columnas les compartiré sobre la exposición, las presentaciones de danza y Teatro y todos los detalles porque hay mucho, muchísimo más, así como el análisis psicosocial de lo que he podido observar. Y así disfrutando de otra noche surreal en Tokio, saldré al jardín y aullaré con la Luna.