Por: José M. Viniegra
Se devela placa de El Amor de las Luciérnagas en el teatro Julio Prieto (Xola). Se cumplen cien puestas en escena de esta maravillosa obra. Bien merecida la ovación dada a tan genial guión.
No se trata de una obra más de teatro. El Amor de las Luciérnagas está dirigida por Alejandro Ricaño, autor que nos conquistó con Más Pequeños que el Guggenheim. Y vaya que como director y dramaturgo no deja nada en vilo, todo lo asienta maestralmente, especialmente si de hacernos pasar un buen rato se trata. Si bien en sus obras el público ríe a cada instante, también es notorio que nos hace pensar o reflexionar con éstas. Con El Amor de las Luciérnagas morimos a carcajadas, pero también nos hizo pensar en el otro yo que uno a veces quiere ser, ese otro que podría ser más aceptable y que no siempre estamos dispuestos a serlo o siquiera intentarlo. También es el “otro” en cuya vida ajena vemos reflejado el caso del amor mal correspondido que se da en la nuestra. Pero entremos en detalles:
La obra gira en torno a María, una escritora de teatro infantil sin “despegue” que, dado el desorden que tiene su vida, principalmente en el ámbito amoroso con Rómulo, decide irse al norte de Europa, a Noruega; se va al mismísimo fin del mundo, como ella lo cree, todo para darse cuenta de que al comprar una máquina de escribir, la misma está embrujada, tal y como le habría de advertir el vendedor. Pero… ¡Vamos! Ella no cree en supersticiones ni en embrujos. Sin embargo todo cambia en el justo momento en que la dueña de la cabaña donde se hospeda le sugiere darse un paseo por el funicular y ver la ciudad completa desde lo alto del monte. En el trayecto nota algo familiar en otra pasajera. Cuando al fin logra situarse a una distancia desde la cual puede contemplarla mejor, pero sin alcanzarla por completo, aquella mujer da la vuelta y ambas quedan asombradas; mayormente María: la otra es nada más y nada menos que su doble. María pierde el sentido y comienza una historia inquietante por descubrir quién es esta persona que es copia fiel de si misma hasta el punto de vestir como ella, tener su mismo boleto de vuelta a casa y conocer a su madre, a Rómulo y a cada persona que María también ha conocido a lo largo de su vida. Luego de regresar a casa decide irse de nuevo; esta vez a Guatemala. Allá es a donde se ha escapado su doble con Rómulo, quien, dicho sea de paso, siempre la corta y vuelve con ella como se le antoja, creyendo ella que nunca hay mejor opción. Su vida amorosa es intermitente, como la luz de las luciérnagas. Junto a su mejor amiga, Lola, empieza el arduo viaje donde conocerán a un artesano de jaranas y en el cual ella dejará atrás todo su pasado, demasiado pesado para arreglarlo. Yo pregunto: ¿Renunciarías a todo para empezar de nuevo, si ello fuera posible supliendo tu lugar con los tuyos? El fin del mundo no necesariamente está en otro continente, sino donde más ajeno te sientes.
El elenco está conformado por: Sonia Franco, Ana Zavala, Sofía Sylwin, Sara Pinet, Hamlet Ramírez, Pablo Marín, Miguel Romero y Luis Eduardo Yee. María es interpretada por un trío de actrices, lo cual hace de ésta una verdadera obra de arte. Y aunque se pudiera pensar que Ricaño encontró una fórmula, eso inmediatamente se desmentiría; por el contrario, apenas se esboza una veta en la cual, seguramente, podrá escavar hasta explotarla lo suficiente. No dudamos ni un instante en que nos traerá luego algo novedoso e igual de bueno.
Estén muy atentos a su próximo ciclo pues podemos decir que teatro hay mucho; lo hay bueno, no tan bueno y buenísimo. Pero asegurar que ésta es una de las mejores obras de Alejandro Ricaño que se pueden ver y que no deben perdérsela se debe a que lo es. La actuación, el ritmo y las representaciones son impecables y harto convincentes de principio a fin. Estén al pendiente.