Por: Jesús Chavarría (@jchavarria_cine)
Ahora que La Bruja ha llegado a la cartelera, entre el público que aún no ha ido a verla –priorizando quizás, otras producciones que una mayor parafernalia comercial han desplegado, dígase X-Men Apocalipsis-, surgieron interrogantes que se han convertido en una constante, -dado el perfil de mi trabajo- en las diversas conversaciones con las que me he visto involucrado en el transcurso de la vida diaria. “¿Pero por qué la recomiendan tanto?” “¿De verdad es tan buena?” Son solo algunas de las preguntas.
La respuesta a todas ellas es muy amplia, empezando por su manufactura casi artesanal, que se aleja de los efectos y apuesta por el minimalismo, alcanzando niveles de virtuosismo, pocas vistos dentro del género.
Esto en conjunción con una intensidad implosiva del manejo emocional, que sofoca al espectador, para hacerlo sentir por momentos cómplice, por momentos víctima. Por supuesto, también podríamos referirnos al acierto del director, que apuesta por usar luz natural, además de sustentar la historia en casos documentados en aquella Nueva Inglaterra de 1630.
Pero en realidad, eso es solo parte de las virtudes propias del proceso, por qué lo más importante, lo que la hace tan apreciable en estos tiempos en que el género del terror pocas veces da verdadero miedo, es el hecho de que todo lo anterior se convierte en una implacable herramienta para dejar al descubierto las entrañas del ser humano, en este caso, a través de una familia de granjeros relegada de su comunidad.
En La Bruja, es la paranoia religiosa, la omnipresencia de las creencias, lo implacable de la culpa y el despertar sexual -que se convierte en algo misterioso-, la fuente del terror. Se trata de una pieza indispensable que voy a permitirme emparentar -más allá de que una excelente referencia en sentido dramático y de desarrollo, sería la obra Las Brujas de Salem del célebre Arthur Miller-, con el cómic Wytches. Publicado en México por Editorial Kamite, -a través de una excelente edición con portadas mate-, también tiene a una familia con una adolescente en el centro todo, que huyendo de un caso de bullying -de fatales consecuencias por cierto-, decide mudarse cerca del bosque –otra coincidencia de escenario-, solo para quedar atrapados en una vorágine de apariciones descarnadas, y desapariciones inexplicables, cultos insanos y episodios retorcidos.
Pero aquí, la coincidencia más importante, nuevamente tiene que ver con la habilidad del guionista para dar pie a situaciones en donde lo más escabroso es lo que no se ve, junto con la angustia de los personajes. Todo además ilustrado con viñetas plagadas de manchones y violentas pinceladas, tan atrayentes como desconcertantes. Así pues, aquí están dos episodios que nos traen de vuelta a la tradición del terror más efectivo e intrigante. La Bruja en cines, Witches en cómic, indispensables ambas.