Por: José M. Viniegra
No es un secreto para la mayoría que las guerras son fuente de venta de armas. Una revolución, por heroica que pueda sonar en su contexto etimológico, suele ir bañada de sangre. Países cuyos campos provinciales o plazas citadinas rebozan de carmesí sobran en el mundo. Litros rojos llenan los anuarios de la historia. ¿Y qué papel juega en la creación de guerras sanguinarias la opresión? Bueno: más bien, hacia las raíces, preguntaría: ¿Qué papel juega en el ajedrez de la vida la opresión? La hemos conocido por mucho tiempo; es la manipulación misma y la creadora de conflictos.
El ser humano, en su mayoría, vive y trabaja por la necesidad de verse completo. Solía
hacerlo con gusto. Ahora no parece ser así. El estudiante suele orientarse hacia aquello que le gusta. Luego, con el tiempo, termina estudiando lo que queda, deja inconclusos estudios o acaba laborando en algo distinto a lo que hubo estudiado antes. Bueno; he hablado antes del malo: ese tipo que se inmiscuye en lo más profundo de la sociedad, acá y allá, como cualquiera, con las “mejores intenciones”. Suele ocupar sitios de opinión en la sociedad y toma decisiones “por y para la mayoría”. Desde su juicio, curiosamente, suele pensar que lo que hace está relacionado con aquello que es “mejor para todos”. No obstante, este tipo de persona y sólo este tipo de persona, de la cual quedo aún pendiente
ahondar más, en realidad crea caos, conflicto, pone trabas e impedimentos para el libre avance de cualquiera y nos deja un mundo pobre. Por supuesto, hay quien legítimamente busca el bien para la mayoría.
Ya que la opresión suele disfrazarse y en muchos casos darse en dosis “pequeñas y controladas”, no es tan visible. La sientes todos los días: cuando no puedes emprender una empresa, chica o grande; cuando no se te permite acceder a información o a mejores salarios o a soluciones para iniciar proyectos, etc. Cada vez que se te ha limitado o casi extorsionado para desistir de tus propósitos (quizá cumplas con ellos a un altísimo costo), ha sido ésta y ninguna otra la personalidad antisocial trabajando tras bambalinas en ese instante o incluso desde hace mucho tiempo para crear opresión.
De momento no me extenderé en tantísimos particulares ejemplos de cómo opera el opresivo, esa personalidad real pero cobarde y astutamente oculta que ocupa puntos de decisión en nuestro país y en el mundo. Ahora, la pregunta obligada es: ¿cuánto pueden oprimirnos? Pues bien; la opresión puede llegar al punto en que una persona, grupo, nación o el mundo no la soporten; en tal caso sucederá una de dos cosas: volverá demente a aquel en quien se ha puesto demasiada presión (caso que disfruta morbosamente el opresor) o explotará un conflicto
(igualmente bueno y provechoso por parte del opresor). Entonces, veremos que resulta vital identificar a los opresores o su opresión. Pero como dije antes: es una situación que no se nota fácilmente porque se hace en dosis pequeñas y controladas, como un medicamento; sólo que en este caso es veneno al que nos volvemos tolerantes, previo al caos mayor.
¿Cómo evitas ser víctima de la opresión? Bueno, la siguiente vez que algo implique
corromper tu integridad física o moral, tus metas, tus aspiraciones a una mejor vida, en pro de aceptar migajas y aceptar bajezas, sabrás bien que hay opresión sobre ti, sobre tu grupo, sobre tu nación o sobre tu mundo; lo que mejor puedes hacer es alejarte y no colaborar ante dichas provocaciones o invitaciones. Parece una solución suave, pero es más potente de lo que crees; simplemente, no apoyes a esa persona, grupo o movimiento que te estresa. El estrés no es una enfermedad, sino un síntoma de la opresión que ha avanzado en estos tiempos.