Por: Luis Rodríguez/Fotografías: Lulu Urdapilleta (OCESA)
El sábado pasado se presentó Fito Páez en el Teatro Metropolitan con sus temas clásicos, los cuales complacieron a todos los asistentes. Durante su espectáculo, el cual duró alrededor de dos horas, llenó de amor y bendiciones a la juventud del país, así como a sus desaparecidos.
Un año paso. Un año voló y miles de cosas cambiaron, llegaron y se alejaron. Un año. Una vida. Un instante solamente para el universo, nada comparado a la existencia. Pero llego ese pequeño fragmento el cual muchos llaman felicidad. Llego con sus errores, sinsabores, temores y con lo más placentero al final del día: el éxito.
Fito Páez, 30 años después, encendió un escenario que lo arropó como en su hogar, lo aplaudió y lo desnudó, las notas y sus letras lo subieron a esa nube de caricias y de sensaciones enloquecedoras. Nostalgias y viejos tragos que llegaron a ser tatuajes en la piel.
Cadáver exquisito, Yo te amo y Giros activaron la buena onda del Pibe en el Teatro Metropolitan. Su carisma, su tacto con las personas y su humanidad lo llevan a niveles olímpicos. Según el tiempo humano, alrededor de las 20:00 horas, un astro de otra galaxia se mostró en el escenario, tan emocionado como la gente adentro del recinto.
Las aprobaciones fueron dinámicas con los cientos de aplausos, sinfonía completa para nuestro yo interno que se funde en la unanimidad del propósito individual de la vida. “Muchas gracias México, sean bienvenidos a la rueda mágica”, expresó Fito mientras empezaban las primeras notas de La rueda mágica.
Seguido de otro temazo, 11 y 6, que sólo preveía un show lleno de canciones que debían ser cantadas a la par con Páez. El coro, el poder del amor, la fortaleza de la música unió a mujeres y hombres.
«Este es un momento especialísimo por mucho, les voy a presentar a alguien muy especial, sino fuera por ella no haría mucha de la música que ustedes quieren. Es la primera vez que cántanos juntos aquí en México. Recibamos a Fabiana Cantillo”, así se dio el preparativo para escuchar Yo vengo a ofrecer mi corazón.
La podredumbre de sueños marchita las caras, vuelve los cuerpos huecos en unas sombras sin rumbo ni motivo existencial, porque «el mundo sigue girando. Hay gente con swing y gente sin swing». Sentenció Fito Páez antes de que sonara Gente sin swing.
Se desmayó la calma de la sobriedad y de eterna juventud, la elegancia y la amistad de un hombre contuvo la pureza de la alegría durante su presentación en el Metropolitan. Vibra positiva, mucha música, exceso de ritmo, actitud noble y la magnífica presencia de su sonrisa, aquella que durante los años lo han marcado, el espíritu de niño que le ha dejado arrugas en su rostro.
Cual pluma de ángel que vuela entre nosotros, las vibraciones acústicas tocaron las fibras sensibles de los Hermanos, canción que deja un
gran mensaje que inicia “Cuando en la vida te perdés y te despiertas al revés, cuando comienza a oscurecer por la mañana… vos tenés que sobrevivir, afuera, la calle a resistir, vamos a caminar, mi amor, sé que lo necesitas”.
¿Y si viviéramos sin música? ¿Qué sucedería con los seres humano? ¿Sería posible la vida como la conocemos sin el elemento musical que nos inyecta en los tímpanos una sensación de bienestar, de alegrías, de tristezas y de cientos de emociones que en ocasiones no sabemos cómo describir?
La respuesta tal vez sea necia, estúpida o sin sentido, una verdadera locura como el simple pensar en preguntar semejante cosa. Algún día alguien tendrá esa respuesta. Alguien. Tú tal vez.
«Ya me siento dentro de la casa, de repente estas en el corazón de la gente y es muy difícil que te salgas. Ya estoy dentro del barrio», manifestó un Páez tranquilo, con una paz que contagio junto con la canción Tumbas de gloria.
El momento del solo de piano del maestro y adorado símbolo musical latinoamericano, se iluminó desde las sombras para enternecer con los temas Muchacha, Bello abril y Un vestido y un amor, éste último adornado con una historia que el mismo Fito platicó: “Un día había una chica, la más hermosa de Buenos Aires, se enamoró de mí. Una noche me pidió que saliéremos y volvimos muy tarde, al otro día. Entonces cuando vio que aquello que era yo, un desastre, me corrió de la casa, se bañó y yo tome mis cosas”.
Fabiana Cantillo cantó Payaso, una de esas rolas para disfrutar en un viaje, en donde el olvido del destino se postula. Mientras tanto, en camerino Fito se cambiaba de atuendo, a la vez que se hidrataba y pensaba que esta era una gran noche, entre hermanos, entre él, la música y su público. Sonrió mientras pensaba y se apresuraba.
Después de algunos minutos y con el acústico Ennio en mí por parte de sus músicos, salió Páez para ser recibido en palmas y coreado con su tema El amor después del amor , acompañado de Loli Molina. Con un Traje blanco, así como su calzado, mientras que su camisa transparente le dio un look de sex simbol & rebel. Y en el micrófono se escuchó «Salud México, que gran coro».
Naturaleza sangre y Circo Beat, arrebataron aplausos, despojaron cordura, impartió la dosis de energía que faltaba en el espíritu. Un día
especial con un concierto tan grande como un músico que sabe que lo mejor de todo es amar. La carga negativa que durante 365 días se fueron acumulando después de la última visita de Páez, causo angustias, penas, tristezas, enfados, decepciones, en fin, un mar de negatividad que se trató de ahogar en un vaso tequilero.
Pero la espera valió la pena después de que se apagaran las luces para que una fracción del cosmos se reflejara en la bóveda del Metropolitan, luciérnagas bailaban con Brillante sobre el mic, acompañado de Faby, Páez reía y gozaba tanto o más que el público.
“Las palabras sirven para mostrar las cosas que uno quiere. Estas palabras las llevo en la frente muy alta”. Al lado del camino, no hay más que agregar. Esos momentos en que el músico deja que el público cante, siempre se le nota la emoción de sentir como las vidas frente a él canten sus canciones. Una verdadera emoción íntima y pura.
Un vaso levantado ante el respetable se cubrió de las siguientes palabras: “Salud México, gracias por acompañarme de viaje”. Mientras se paseaba por todo el escenario y el coro que replicaba “Fito”, pronto el recinto vibró junto con el inicio de Ciudad de pobres corazones.
En medio del tema, Fito dijo: “Paz y amor para todos los chicos, y para todos los desaparecidos de este país». Su energía la llevo hasta arriba de su piano en donde al son de su guitarra, la cual hizo vibrar como ninguna, lo elevaron hasta la hidrosfera.
Para llegar al espacio fue necesario tocar el tema A rodar mi vida. La esperanza de un pueblo se apoya en la música, en sus letras, en cada uno de los sentimientos que desprende como fuego en el hielo. Las prendas volaron y ventilaron totalmente las almas grises.
La canción puso a bailar a un borrachín que con dos copas en la mano fue detenido para ver su boleto, al sacarlo le permitieron pasar, pero quería que le metieran el boleto en el bolsillo trasero, su rostro mostraba placer y la chica de seguridad no sabía qué hacer, así que sólo se lo metió en el bolsillo de su camisa. Decepcionado, el borracho alegre se fue con pasos bailarines.
Luego el compositor argentino dijo «No saben que conciertazo fue este» y se retiró. El Estadio Azul se quedó corto al lado de los coros que exigían de vuelta a Fito. Como es ya tradición, en todos los conciertos, el artista retornó para tocar sus máximas, ahora con un traje gris y camisa blanca. Dar es dar y Mariposa Tecknicolor, sellaron la caja de Pandora, por lo menos para un año más.
“Muchas gracias por esta noche inolvidable. Los conciertos los hacemos entre todos, y ahora todos nuestros corazones están diciéndonos que estamos vivos. Hasta la próxima, mañana nos echamos un tequilazo. Gracias por abrirme sus corazones por tanto tiempo, es algo que no tiene valor. Gracias”, sentenció un Fito Páez alegre, entusiasmado, satisfecho, contento en cuerpo y alma.
Después de ver el Metropolitan con su público de pie y llenándolo de aplausos, se retiró con un solo pensamiento: “¡Qué lindo fue estar aquí! Gracias México”.
Las arenas de un gastado tiempo decían que eran las 22:10 horas cuando acabo el concierto, todos resignados se empezaban a marchar a platicar en redes sociales o con la familia y amigos sobre lo que vivieron en el Teatro Metropolitan. Una familia con lágrimas en los ojos, mamá, papá, hermano y hermana, no creían que fuera tan fugaz que aquel ser del planeta de los dioses de la música se hubiera ido, aferrados a no irse, tuvieron que sacar ese adiós entre lágrimas.
Un enorme abrazo en el corazón, una paz que protegerá, una luz al final del camino, una risa en época de tristeza, una brisa de primavera, un poco de libertad cuando el encierro está en ti mismo, un amigo en la isla de la soledad, un te amo cuando lloras, una voz rebelde en momentos de presión, una espera en el infinito con dulces consejos, un todo en la nada, una pintura en el vacío, muchas canciones que sanan y curan, eso y más fue, es y será: Fito Páez.