Por: José M. Viniegra
Debo ser sincero. Cuanto más, mejor. Debo serlo con respecto a una película genial que, sin embargo, recurre al argumento conocido del profeta que viene en paz al mundo, con gran afinidad por sus congéneres y que en su paso va dejando enseñanzas que son bien tomadas por sus seguidores o adeptos ganados tras cada jornada, y cuya vida concluye a manos de los tiranos de siempre.
Sí, es muy cierto que podríamos ver reflejado, con algo de imaginación, la vida de un cristo en la historia de este filme. No obstante, la historia tiene sus muy marcadas diferencias. No sé si es un intento de colocar lo dicho en “el primer libro que se mandó a la imprenta” en esta historia o, bien, es simplemente que al parecer del autor es la única manera de hacer la vida de un profeta símil; también podría ser, así de llano como lo digo, que la única razón por la que el autor se decidió por este tema que son los valores humanos, y eligió para ello la imagen rigurosa del profeta, sea porque es de su legítimo interés. 
Pero pasemos a la película, per se; por tanto, a la obra. Gibran Khalil Gibra es poeta, filósofo y artista. (¡Vaya! Que llevar su libro al cine ya dice algo, ¿no?) Su poesía ha sido traducida a más de veinte idiomas. Su obra, El Profeta, se estrenó ya en las principales salas del país. La historia comienza bien, aunque pueda parecernos abrupto el modo: el se encuentra preso. Claro que hay un preliminar: Almitra, la “niña problema” de la pequeña ciudad. Almitra es, como todo niño, muy hábil en cuanto a correr, brincar, montar tejados y otras travesuras, incluyendo tomar sin permiso algunas pertenencias o productos ajenos de venta, en la plaza o mercado de la ciudad. La gente se encuentra ya cansada de ella y su madre, desesperada. Por cuestiones de trabajo, la mamá de la niña se dirige a un cuartel de guardia donde trabaja cada día; pero sólo hoy Almitra se cuela y la sigue. Así de inquieta como es la niña, no tarda nada en dar con el mismísimo preso: Al-Mustafá, quien llevaba ya doce años de espera en su “celda” (que era más un cuarto con vista a las montañas y al valle). Sin ningún afán maligno, sino todo lo contrario, y con mucha facilidad, Al-Musatafá entra en comunicación con esta pequeña; sólo que ella es muda.
Durante el regreso de Al-Mustafá a su tierra, la gente del poblado va regalándole cosas: alimento, bebida, cosas para su viaje de vuelta a su casa, desde Orphalase. Es un sujeto particularmente apreciado, casi amado por todo quien, hacía doce años, lo había conocido bien, antes de que los tiranos políticos, régimen del control, lo metieran a su celda. Nada debe, nada teme, pero al régimen le importa poco y debe encontrar, por simple odio a su conducta “rebelde”, el modo de acabar con él una vez por todas. Así lo envían a firmar una nota en la que acepta que todo ha sido falso y un invento suyo: cada palabra, cada buena acción, cada enseñanza. No lleva pregonando a ningún mesías, pero sí amor entre los hombres y mejores formas de conducta en y hacia la vida: las cosas, la pareja, los hijos, etc. 
Si bien no se basa en ningún libro religioso en absoluto, ni tiene una influencia directa de alguna religión, es un hecho que un profeta no requiere de ello para dejar enseñanzas. Si considera usted que podemos dar un vistazo a los valores para, dígase en redundante forma, revalorar la vida, debe ver este filme. Si considera que los hijos podrían mejorar, deberían verla. Si quieres pasar un buen momento con alguien, en compañía y retomar algunos buenos conceptos sobre la vida, debes verla. El profeta asienta de una manera moderna las necesidades que tiene el alma del hombre durante su estancia en el mundo. Y quizá, su necesidad de paz al morir.