LA PESADA REALIDAD: Intentar ser mejor que los demás

Por: Cristhian Chavero López

CHAVEROLos valores de la cultura dominante, como la competencia, el egoísmo, la feliz ignorancia, la necesidad de ser mejor y más que los demás nos transforman, nos permean por todas partes; desde los medios masivos de información, la instrucción escolar que intenta separar a los mercantilmente competitivos de lo que no los son y hasta la familia que nos repite de vez en cuando que “no existen los amigos, que el amigo es un peso en la bolsa”, nos insisten que otro mundo no es posible, pero sí lo es.

El deseo de considerarse el mejor o uno de los mejores en algo no es una característica de nuestra cultura moderna occidentalizada y burguesa, eso es algo de esperarse en cualquier civilización; lo que cambia de cultura en cultura es la identidad y los valores que acompañan a esa identidad, la sociedad que dará reconocimiento a alguien por ser de lo más alto en esa identidad.londres2_0

Seguramente los japoneses del siglo XII tenían un ideal de lo que debería ser bueno para su sociedad, lo mismo que una sumeria o griega de la antigüedad, asimismo los mexicanos de principios del siglo XXI tenemos una idea de lo que podría ser bueno o malo, mejor y peor.

Regularmente saldrá a relucir el dinero, la actividad, el aspecto como referentes de lo que es bueno. Seguramente las amistades de la familia Peña Pretelini Rivera se sentirán envidiosas y admiradoras, porque en nuestra época aún hay un romanticismo por la realeza que precedió al orden mundial, además de que Inglaterra sigue siendo una potencia mundial. Por saludar a la reina y pasear por Londres casi sería como ser de la realeza, es decir, ser mejor o más que los demás.

635609926809099808wEs decir que no importa el hambre de 50 millones de mexicanos, para la presidencia, el presidente Peña Nieto, vale más llevar a 200 comodinos a disfrutar del encuentro entre los jefes máximos de México y Reino Unido que resolver problemas de pobreza de un municipio, de esos de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz o Hidalgo, que tienen condiciones de hambre similares a los de ciertos lugares de África.

¿Cómo tazamos el éxito, el valor humano, esa capacidad de sentirnos orgullosos de nosotros mismos? ¿Cómo es que deciden algunos jovencitos que tomarse fotografías vestidos como narcotraficantes y armados es algo que les hará valer más que los demás? ¿Cómo es que una mujer se siente más mujer por tener hijos y reprueba a las que no los tienen?

Así, con la información que nos inculcan los medios, la escuela y la familia. Sería injusto generalizar, no todosmemep3 los medios dicen exactamente lo mismo, así igual con las familias y las escuelas, pero la coincidencia, la convergencia entre esos formadores de cultura es lo que llamo cultura dominante.

Ante esta idea de lo que uno debe ser, se me ocurre el caso algunos grupos que no coinciden con el imaginario de lo “bien”, como los indígenas, pobres o los miembros del underground (subterráneo). Para este fin narro una anécdota.

En 2003, a las 4 de la tarde caminaba con prisa por la calle 5 de febrero en la colonia Obrera, en el DF. Cerca de ahí vivía mi hermana y solía visitar la colonia para imprimir una revista que devino en lo que hoy es la editorial Sangre y Cenizas.

548525_276978372395275_548970655_nUna patrulla circulaba despacito por entre las calles, al cruzarme con ella dos oficiales me pidieron con sonrisas que les permitiera una revisión, estaban delante de mí cerrando el paso.

Me detuve y sopesé la idea de, amablemente, decirles que no, que no quería que me revisaran. Claro que era un riesgo, pero estaba estudiando periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, orgullosamente, me sentía flamante y con derecho, legítimo, a decir que no; pero mi reacción fue contraria. Contesté que sí.

Tranquilamente me pidieron que me acercara a la cajuela de la patrulla, que sacara mis pertenencias y yo mismo las colocara ahí, me advertían que no tocarían mis objetos para evitar sospecha de que me plantaran algo; lo hice y me conminaron a exponer el contenido de mi mochila; también accedí.

Salió mi cuaderno, libros, fotocopias y algunos ejemplares de la, entonces, revista Sangre y Cenizas. Les llamó1901347_632682883491487_7408697605395352063_n la atención el ejemplar, me preguntaron que qué era eso, les dije que una revista donde yo colaboraba, quisieron saber haciendo qué y respondí que yo la dirigía.

Me miraron incrédulos. Ante su duda les mostré mi nombre en el colofón, luego les di a revisar de nuevo mi credencial de la facultad y de elector; se sonrieron y se vieron entre ellos al corroborar que era el mismo nombre, Cristhian Chavero López.

Uno le dijo al otro “Cómo ves, agarramos a un artista”. El otro me devolvió las credenciales, guardé mis objetos y se fueron entre contentos, ridículos y frustrados.

Mi objetivo al ser tan cooperativo era que la próxima vez que vieran a un darki, pensaran que era un artista, un chavo de “bien” y seguramente estudiante. Esa experiencia me hizo sentir, un poco, mejor persona que los demás. Así es, a veces, la pesada realidad.

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