Por: Alison Fernández
El reloj marca las 6:30pm, llego puntual a la cita en el Teatro Milán. Es el estreno de una obra clown de nombre Limbo y espero el momento en el que pueda entrar a la sala y comience la obra. Después de unos minutos de espera, elijo donde sentarme. Voy a tomar fotos así que trato de encontrar un lugar cercano al escenario, encuentro uno en la tercera fila.
No tarda mucho en dar inicio el espectáculo. La asombrosa Gabriela Muñoz (escritoria, directora y protagonista de la obra) aparece recostada sobre una cama y comienza con lo que mejor sabe: hacer reír a la gente sin siquiera tener que emitir sonido alguno, todo es sobre su expresión corporal. Ella se ha preparado lo suficiente para ello, estudió en Londres, logrando tener experiencia en teatro, circo y ópera, convirtiéndose en una de las mejores en cuanto a clown se trata.
Poco tiempo después, se incorpora al escenario Ernesto García, ellos son los únicos actores que se presentan a lo largo de Limbo, y claro que era de esperarse que Ernesto también se encontrara lo suficientemente calificado como para llevar el puesto de protagonista de esta historia. Él es ingeniero de audio y producción musical, puesto que lo llevó a ganar un Grammy Latino en el 2013.
Ambos caracterizados con los más extravagantes vestuarios, nos llevan de la mano a un mundo paralelo, extraño y lleno de simbolismos a los que hay que poner mucha atención para poder entender qué es lo que su creadora nos quiere transmitir, esa delgada línea que existe entre la vida y la muerte.
Además, hay un factor sorpresa: al azar, es elegida una persona del público y la vuelven totalmente parte de la obra, una persona del público se convierte en el tercer y último protagonista de Limbo. Inesperadamente, ésa persona fui yo.
No había pasado mucho tiempo desde que la tercera llamada anunció el inicio de la puesta en escena y ambos actores comienzan la búsqueda, miran al público y eligen a su “víctima”, me señalan. Gabriela baja del escenario y se para al lado de mi asiento, tan solo con gestos y el movimiento de sus manos me pide que me levante y que la siga, pienso que es una broma, pronto me doy cuenta de que no es así.
Un tanto confundida sigo a Gabriela, quien me lleva arriba del escenario, miro al público, toda la atención es puesta en mí y siento como si el pánico escénico se apoderara de mí, sensación que dura muy poco, ya que de inmediato trato de relajarme y comienzo a seguirle la corriente a los actores, sin darme cuenta, me vuelvo parte de la historia, estoy dando un viaje en el Limbo.
Lo que pensé que sería una fugaz participación se convirtió en una intervención bastante larga, y después de una caída, un mal uso de la utilería y una serie de eventos extraños y totalmente fuera de lo común, bajo del escenario. Tan solo un par de minutos después Limbo llega a su final, el público queda encantado, asombrado, complacido y yo me quedo con una experiencia totalmente maravillosa, algo nuevo que contar.