Por: Manuel Cruz (@cruzderivas)
El Fantasma del Paraíso es un musical para los escépticos del género: aún cuando podría compararse al espectáculo que define a Cantando Bajo la Lluvia y West Side Story, también es ejemplo del poder emocional en una película bien pensada.
Dirigida por Brian dePalma, mucho antes de su popular Scarface, la cinta comienza como una parodia descarada a El Fantasma de Ópera: su protagonista es un compositor genial pero poco reconocido y con ocasionales ataques de furia llamado Winslow Leach (Bill Finley) cuya vida cambia cuando un representante de Swan (Paul Williams), un dios del rock con un origen oscuro se interesa en su obra: Una ambiciosa modernización de Fausto. Winslow entrega todo con tal de que lo escuchen, pero tras descubrir que su música ha sido robada por Swan, encabeza una cruzada para detenerlo tras las puertas del Paraíso, un enorme palacio del rock que usará la obra Winslow para su apertura.
La premisa incluye disfraces, armas, andróginos, una chica bella e inocente llamada Phoenix (Jessica Harper) y referencias literarias que podrían dirigir la cinta al ridículo en un mundo de creciente verosimilitud dramática y acercamiento a la realidad. Tal conjunto de prejuicios ha perseguido al musical quizás durante toda su existencia: La convención parece indicar que si alguien canta en pantalla, nada es creíble. Pero el absurdo sólo debería existir cuando un director lo desea, y dePalma entiende que detrás de cada risa puede vivir una lágrima. Finley creó a un héroe trágico en actitud y destino representando al Fantasma, y las referencias a Fausto y Dorian Grey existen más allá de un motivo intelectual: en muchos aspectos el drama original de ambas obras persiste, aún cuando sus representantes en el universo de dePalma usan máscaras y atuendos Flower Power. Sin embargo, el elemento más revolucionario de El Fantasma… es también aquel que le asignó un género: la música de Paul Williams se transforma de una burla a los Beach Boys a una balada nostálgica cuando es necesario, y este cambio tonal sucede de un momento al otro, desde el inicio de la cinta:
El Fantasma del Paraíso no tuvo una buena recepción en su momento, y su cercanía a otro clásico del género llamado The Rocky
Horror Picture Show (que decidió ser una sátira absoluta) podría colaborar a su ocultismo durante muchos años. Pero quizás la audiencia no estaba lista, no en un género donde, quizás por mezcla de prejuicios y convenciones históricas, todo es motivo de burla. Fue cuestión de décadas y creciente seguimiento que la película encontró a un nuevo público, y aún hoy – en su 40 Aniversario – su tenacidad emocional continua sorprendiendo.
Hoy en día, donde la “superioridad” de la televisión ante el cine se convierte en un nuevo prejuicio invisible, El Fantasma del Paraíso ayuda a demostrar que las cosas nunca han sido únicamente blanco y negro, no en el musical, y muchos años antes de la venerada Breaking Bad. Es una revolución de notable importancia, y una de las mejores películas de la historia.