Por: Luis Rodríguez./Fotografías: OCESA
Eran las 20:35 horas del ocho de octubre del 2014 y la tercera llamada ya se había anunciado. Entre palmas se aclamaba la llegada del artista, de su música, de su amor. La alegría de todos los presentes se mezclaban y sonrisas se intercambiaron, el aura de muchos se volvió uno sólo y el calor era agradable, mientras tanto afuera del Auditorio Nacional la lluvia acariciaba a la ciudad.
Pasaron seis minutos y las luces se convirtieron en una suave penumbra, los gritos de emoción comenzaron a unificarse: el sonido quedaría como cortinilla para el concierto. La alegría de vivir y soñar tenía voz y nombre: Fito Páez.
No pasó ni un minuto para que la mayoría se pusiera de pie después de que comenzara el tema que le da nombre a su último disco: Rock and Roll Revolution. La fuerza con que gritaba una chica era tan fuerte que por unos momentos opacaba la potencia de aquellas bocinas.
Al terminar Muchacha, Fito, de 51 años, acompañado de sus cuatro músicos dio la bienvenida y con una sonrisa dijo que “era un gusto estar en el Distrito Federal”. En seguida una bomba de amor explotó con el nombre de Yo te amo. Misma frase que portaban los fans en sus camisetas de futbol de la selección argentina con el número diez y el nombre de Fito Páez.
Fue un inició armónico en el que Páez decorado con un saco negro, corbata, lentes y pantalones ajustados del mismo color, nos sumergió poco a poco a su propio mar.
El tema dedicado a su hija Margarita, mismo nombre de la madre de Fito, sonó y algunos espectadores se sentaron para descansar un poco. Entre el público se encontraban personas que se limitaban a estar todo el tiempo sentados y de vez en cuando tomaban una foto para compartirla por WhatsApp o Facebook y conversar virtualmente. Sus mentes se encontraban en varios lugares a la vez mientras el vuelo espiritual de un ave de Sudamérica nos regaló un ritual, en seguida nos envolvió con La rueda mágica.
Uno a uno de los temas del cantautor pasaban y eran entonados con fervor: Sybil Vane, 11 y 6, La mejor solución y Tumbas de la gloria. Por momentos él se colocaba frente a la audiencia y como un maestro de ceremonia alentó a que cantaran sus canciones a una voz. Su sonrisa era la de un niño que juega a la orquesta.
En un Auditorio Nacional, casi lleno, la mayoría cantaban, bailaban, grababan y amaban. El sentimiento despertó y dio pasitos en el estómago, adentro del recinto llovían gotas en forma de palabras que nos llevaron Al lado del camino.
Una mariposa mágica se liberó en las primeras notas del piano, mujeres y hombres por igual gritaban “Fito te amo”. Amar el ser dentro de un cuerpo es espiritualidad, es dejar de lado los prejuicios y ver como “Comienza el día y una luz sentimental nos envuelve”, Cadáver exquisito.
Un vestido y un amor, pasó tan rápido como un sueño que se quiere recordar. Se dio una pausa de siete minutos. Tiempo que fue aprovechado por los asistentes para descansar las gargantas y para tomarse alguna “selfie” individual o en pareja.
El romanticismo llegó a los enamorados y parecía que emanaban luz como las flores en la primavera. En esa pausa los besos entre los novios tenían más jugo que nunca, un néctar único.
El reloj marcó las 21:47 horas. Fito apareció con un cambio de vestuario: saco a rayas blancas con rojo, botines blancos, pantalón rojo y unos lentes redondos. El amor después del amor fue interpretada con tal sentimiento que convocó al maestro Cerati. Alguien lanzó una playera al escenario con la cara de Gustavo, a lo que Páez puso en su rostro para simular un tipo de mascara de su compatriota que falleció el pasado 4 de septiembre. Un momento conmovedor.
El loco, Circo beat y Naturaleza sangre también asistieron, esta última fue decorada con una lluvia de estrellas producida por los celulares. Cada cuerpo celeste se movía al compás de la música, era una danza estelar.
Un suave humo con olor a uvas llegaba por los costados, mientras tanto, los oídos se deleitaron con Brillante sobre el mic y Ciudad de pobres corazones, generaron la vibra positiva, eran flamas de energía que brotaban de las cuerdas de la guitarras. Fito subió a su piano para compartir todo ese fuego. Se formó un lapso del orden del caos para anticipar lo que sería un final eléctrico.
Una guitarra voló por los aires y mientras la danza de las prendas formaban figuras caprichosas como la naturaleza, se entonó A rodar mi vida. De pronto el artista dijo “otra noche inolvidable aquí en el DF”. Se marchó y un coro de invocación hizo efecto al regresar a los músicos al escenario y a Fito con un tercer cambio de vestuario: un traje gris, una camisa que hizo juego con sus gafas y calzado blanco.
Los últimos temas que agitaron a todos fueron Dar es dar y Mariposa tecnicolor. Alegre y agradecido Fito Páez dijo “gracias por dejar acompañarles en sus vidas tanto tiempo, muchas gracias”. El sueño por esa noche acabó, era tiempo de ser devorados por nuestra propia ciudad. Eran las 22:40 horas.
Simplemente extraordinaria la crónica.
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