Por: Monyka Sandoval.
Me encanta la sensación de estar nerviosa. El hueco en el estómago, el inevitable temblor (o sudor) de las manos, los pensamientos ininterrumpidos y atropellados. Es una sensación con la que he vivido desde el momento en el que me aceptaron como voluntaria de FicUNAM. Ha sido una mezcla de nervios y expectativa, sobretodo cuando me anunciaron que tendría una tarea de talla internacional.
Tenía dos años sin hablar inglés y, conociéndome, temía que la torpeza le ganara al conocimiento. Inseguridades instantáneas, humanas, más que nada. Mientras muchos disfrutaban de la proyección en la Plaza de Santo Domingo, yo repasaba en un cuarto del Hotel Royal cada una de las instrucciones de mi coordinadora: cada regla, cada horario, cada cambio.
La espera se me antojo eterna, acentuándose más en el trayecto al aeropuerto. Hello, welcome to México. No, muy trillado. Hi, how was your flight? Tal vez, más casual. Y ¿la formalidad? No dejaba de estructurar una conversación ficticia (dado que no conocía ni la respuesta, ni el humor del visitante). 
Sin embargo, hay muchas cosas que se resuelven de la manera más sencilla y caí en cuenta de lo absurdas que resultan las conversaciones mentales y/o expectativas. En mi caso, el invitado hablaba, a ratos, español. Lo que puedo concluir de este día es que los nervios me hacen sentir viva.Como escuche hace poco: “Si no te da el miedo (o los nervios) suficiente(s), el reto no es suficientemente grande.”